Walter White y el fin de una era

Antes de que entráramos en la peak tv, antes de que las plataformas online se lanzaran a la producción de ficción y de que la cantidad de series disponibles batiera récord tras récord. Antes de todo eso, pero hace tan poco tiempo que da escalofríos pensar la velocidad a la que cambian las cosas, hubo una edad dorada de las series de televisión. Una época que nació con Los Soprano (1999-2007) y continuó hasta que dos grandes obras le sirvieron de broche de oro: Breaking Bad (2008-2013) y Mad Men (2007-2015).

Antes de que la diversidad tomara las riendas de la televisión y de que las mujeres llevaran la voz cantante, los hombres reinaban en las series. El hombre con problemas fue el protagonista de esa era televisiva. Antihéroes con moralidad ambigua que se acogían a eso de que el fin justifica los medios y dispuestos a cualquier cosa con tal de lograr su objetivo, aunque no siempre tomaran las mejores decisiones. Y quizá por eso, nosotros espectadores, seres imperfectos, conectamos con ellos.

Primero con Mad Men y poco después con Breaking Bad, la cadena AMC abría con ímpetu la puerta de esa tercera edad dorada de la televisión, en la que algunos canales de pago decidieron apostar por producir ficción propia que sirviera no tanto para ganar espectadores como para lograr prestigio y reputación. Y lo hicieron dando todo el control a los creadores, los showrunners, seres todopoderosos que supervisan todos los aspectos de sus obras. Ese mayor poder de los guionistas deriva en historias con planteamientos más ambiciosos y que necesitan tiempo para ir tomando altura y crear un mundo propio.

Breaking Bad y Mad Men son las dos últimas grandes representantes de esa era que cambió la forma de hacer y consumir televisión. Ahora, los protagonistas, las temáticas y las historias son otras. Breaking Bad apostó por una premisa rompedora, un profesor de química, un donnadie cualquiera al que le diagnostican un cáncer y que llega a convertirse en el mayor capo de la droga de Nuevo México, y la desarrolló con pulso a lo largo de cinco temporadas con un estilo inconfundible. Vince Gilligan puso tanta atención al contenido como al continente, con una selección musical impecable o unas posiciones de cámara impredecibles. Algo parecido a lo que hizo Matthew Weiner con su historia de los publicistas de Madison Avenue en los años sesenta y setenta de Mad Men, con una estética clásica y mimada al milímetro.

Pero al mismo tiempo que cerraban una era, abrían otra. Breaking Bad, que ahora cumple 10 años de su estreno, no fue un éxito desde el principio. Arrancó como una serie minoritaria. Pasó de no superar los 2 millones de espectadores en su emisión en directo en Estados Unidos en sus tres primeras temporadas a llegar casi a los tres millones en la cuarta y primera mitad de la quinta y despedirse convertida en todo un fenómeno cultural. Su último episodio fue visto en su emisión original por más de 10 millones de espectadores. A este crecimiento ayudó sin duda el que, desde 2011, estuviera disponible en Netflix. Una de las series que marcó el final de una era se convirtió en lo que hoy es gracias al poder de las plataformas que ahora son motor de la industria de la ficción televisiva. Porque el final de una era siempre es el comienzo de otra.

Por Natalia Marcos @cakivi

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