El adiós a Halt and Catch Fire, una anomalía en el sistema

Desde su segunda temporada, Halt and catch fire es una de las series preferidas por la crítica. El paso adelante dado por Donna (Kerry Bishé) y Cameron (Mackenzie Davies) y sus peripecias para sacar adelante la compañía Mutiny convencieron a los expertos de que estaban ante algo especial.

Y esos expertos nos cuentan por qué consideran que Halt and catch fire es especial. Ante el estreno de su cuarta y última temporada, la serie ha adquirido una personalidad propia que termina por enganchar a todo el que la ve.

Pedro García, eCartelera

Recuerdo tener sentimientos encontrados viendo la primera temporada de Halt and Catch Fire. Su calidad era indudable, su estética, irresistible, su banda sonora, genial y su historia no podía ser más interesante, pero nacía a rebufo de Mad Men. Y cualquier cosa que se compare con Mad Men va a salir perdiendo. En su segunda temporada, la serie encontró su propia voz, y desde entonces no dejó de mejorar con cada episodio. Casi sin darme cuenta, estaba inmerso de lleno en la revolución informática de los 80 gracias a un grupo de personajes completamente magnéticos y una historia que no ha tenido miedo a cambiar radicalmente.

Pero sin duda, lo que más me ha enganchado de Halt and Catch Fire son sus personajes femeninos, Donna y Cameron, las que han llevado desde la segunda temporada las riendas de la serie. Con ellas al frente de la compañía Mutiny, Halt and Catch Fire ha aumentado las dosis de humor y energía sin perder la profundidad que caracteriza a la serie. La tercera temporada alcanzó un nivel sublime, y estoy deseando saber qué les depara el futuro a estos personajes. Halt and Catch Fire merece ser un referente de serie de calidad; dudo mucho que quede obsoleta como un ordenador de última generación dentro de dos años.

Paloma Rando, Vanity Fair

En los 80, Halt and Catch Fire era una instrucción en código de programación que se suponía que estaba desarrollando IBM. Spoiler: nunca lo hicieron. Más adelante, la expresión quedó convertida en un gag para describir instrucciones no programadas que generaban anomalías en el sistema. Halt and Catch Fire, la serie, es eso, una anomalía en el sistema. Y lo es, entre otros motivos, porque todos sus personajes son anomalías en su tiempo.

Ni Joe, ni Gordon, ni, sobre todo, Donna y Cameron son lo que se espera de ellos: un vendehumos cuyo don es su mayor esclavitud, un matrimonio de ingenieros que subvierte los roles tradicionales de una pareja en los 80 y una programadora cuya excelencia la destina a una soledad irrevocable. Halt and Catch Fire se sitúa en una época y un lugar disruptivos. La revolución del PC y de la World Wide Web, primero en la Silicon Prairie de Dallas y después en los albores de Silicon Valley, sirven como muestra más reciente de que las revoluciones de pensamiento suelen ser llevadas a cabo por outsiders. Artífices dispuestos a poner su genio y su capacidad al servicio de un fin mayor que sí mismos y, por tanto, a pagar un precio muy alto por ello. Todo al ritmo de Chopin y de The Clash. Y con Mackenzie Davis brillando en el reparto. Yo no pido más.

Mariló García, Cinemanía

Lo peor que tiene Halt and Catch Fire es su nombre. Y empiezo por lo negativo porque no se me ocurre nada más que echarle en cara a una serie que, para empezar, huye de lo fácil. La ficción de AMC, también en su cuarta temporada, sigue apostando por desmarcarse del resto, por contar una historia que no pretende ganar adeptos, por ser fiel a una serie de códigos que la hacen única. Ambientada en los años 80, toca la fibra nostálgica, pero sin abusar de ella. Centrada en el desarrollo de los ordenadores y el origen de internet, Halt and Catch Fire, en realidad, es el retrato de una sociedad que se enfrenta a una trepidante evolución, que afronta nuevos retos sin tan siquiera darse cuenta. Ése es el escenario competitivo, y para nada idealizado, en el que cuatro personajes, dos hombres y dos mujeres, en igualdad de condiciones, con sus anhelos y sus miserias, pretenden cambiar el mundo. Unas veces son nuestros amigos, los comprendemos; otras, los detestamos por sus equívocas decisiones. Pero son, para bien o para mal, sus propias elecciones, y, en eso, en tomar partido, no les gana nadie.

Con una realización sin artificios, en espacios cerrados donde brillan las pantallas de los ordenadores, destaca especialmente una banda sonora que atestigua la época que les ha tocado vivir, cada uno, en su estilo. Ojalá hubiera llegado a su séptima temporada, como querían sus creadores, para convivir con una experiencia real ambientada en 2020, pero no pudo ser. En su cuarta, y última entrega, me gustaría que lograsen el gran objetivo: trascender, porque se lo han currado. Pero algo me dice que nos mantendrán en tensión hasta el último minuto.