De cómo Jesse Pinkman vio morir a Walter White

Puede que Jesse Pinkman fuese sin Walter White del mismo modo que Walter White lo era sin Jesse Pinkman. En cambio, e irremediablemente, Heisenberg no podía haber sido sin Jesse. Este es, precisamente, uno de los aspectos más interesantes que nos plantea la ficción de Vince Gilligan.

En esta suerte de relación paternofilial que entablan Walter y Jesse casi por casualidad existen momentos en los que una de las partes no está de acuerdo en la manera de proceder de la otra y, por tanto, el fantasma del conflicto empieza a volverse corpóreo. Y como ocurre en las mejores familias, por ende, también hay alguien que se erige como líder y logra hacerse con más poder que el resto en la toma de decisiones. En Breaking Bad este es, sin duda, Walter White. Mejor dicho: Heisenberg.

Varias idas y venidas durante la primera temporada, que se alargan a la segunda, nos dan a entender que Walter necesita a Jesse para el negocio tanto como Jesse a Walter. Ni siquiera cuando contemplamos la génesis del álter ego (latra) de Walter – This is not meth! ­–  podemos llegar a imaginar el ser implacable en el que se va a convertir. Y es que no es sino hasta el último tramo de la segunda temporada que, tras haber contemplado ya algunos de sus delirios de grandeza en espejos y parkings, asistimos a la verdadera deshumanización de Walter White y a la confirmación de este como manipulador de todo su alrededor y, quizá incluso por encima del todo, del presente y futuro de Jesse Pinkman. ‘Mandala’, el duodécimo capítulo de dicha temporada, es el punto de partida de la decadencia anunciada de Jesse y a la cuasi absoluta toma de poder de Heisenberg, con la posterior conversión de Jesse Pinkman en su marioneta a tamaño real.

Llegados a este punto, es a partir de la tercera tanda de capítulos de Breaking Bad donde asistimos a la consolidación de Heisenberg como dueño y señor de sus actos, al crecimiento de su inacabable ego (que tan malas pasadas le juega) y al uso de su brillante inteligencia para obtener de su socio lo que quiere y cuando quiere, sin importarle qué vaya a barrer a su paso. No duda, nada en absoluto, en matar a un niño para que Jesse lleve a cabo el asesinato que él quiere que cometa de la misma forma que no titubeó en dejar morir a Jane para que Jesse volviera al negocio. ¿Quizá también evitó salvarla porque así, a su vez, evitaba que Jesse cayera por completo en las drogas y se destrozara (más) la vida? Puede ser, pero eso sería cosa de Walter. Y la humanidad de Walter, para entonces, estaba y seguiría estando ya demasiado disipada…

Breaking Bad no habría sido lo mismo si Gilligan hubiese decidido acabar con Jesse Pinkman en la primera temporada como tenía pensado, pues es gracias a él que Walter empieza a cocinar metanfetamina y es él quien le sirve como perfecto contrapunto durante toda la serie, además de tener un riquísimo arco dramático, mucho menos constante que el de Walter. Pero lo más importante es que es también él quien, cuando todos dábamos por hecho que Heisenberg había acabado para siempre con Walter White, le hace aparecer una vez más para salvarle la vida en ‘FeLiNa’, el último capítulo de la serie.

Y es que, en el fondo, quizá muy en el fondo, ni Jesse habría podido ser nunca sin Walter ni Walter, por supuesto, habría podido ser sin Jesse.

Por Silvia Martínez @sylvieta

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